¿Qué va a pasar cuando se acabe la pandemia?

“Necesitamos una humanidad de punta. Y ella se construye en las familias y en los colegios” explica Carolina Dell’ Oro, filósofa, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con una voz que abre al discernimiento a muchos educadores. Entonces avisa que “ahora que paramos y podemos ver la realidad, estamos ante dos retos: actuar y trabajar unidos”.

La pandemia ha detenido la vida, y no sabemos a qué volveremos a llamar normal. Sin embargo, en este escenario de incertidumbre hay una sola certeza, la naturaleza humana. Si existe un lugar donde es imprescindible innovar, es en nosotros mismos, nuestras unidades intrínsecamente humanas, como la imaginación, la creatividad, la intuición, la emoción y la integridad, son más importantes que nunca.

Pero esta vez estamos en casa: somos padres, profesores, cocineros. Significa que la pandemia nos arrojó a un aspecto de nuestro ser, que, en la vida contemporánea y actual, no hablamos mucho. Sin embargo, esta limitación es la condición que nos hace abrirnos a Dios, son momentos que nos llevan a hacer preguntas que pueden cambiar el modo de vivir, ya que la fragilidad, nos hace mirar con otros lentes. Este coronavirus despierta a la compresión de una condición humana radical y profunda, que, si es asumida, nos permitirá la plenitud real del ser.

Entonces, ¿de dónde surgen estas crisis? Del distanciamiento entre el hombre y la naturaleza, incluso sabiendo que es dada y que la debo perfeccionar siempre a partir de lo que es, se produce esta brecha, la crisis ecológica. Por otro lado, está la brecha social, los seres humanos nos separamos uno del otro. A pesar de todos los cursos de empatía y de que nos hablen de ponerse en los zapatos del otro, hemos olvidado que el otro es la continuación mía. Hemos olvidado lo que significa, o lo vemos en tercera persona. Incluso, el gran drama que tienen muchas familias, es que han pensado que el fin de la familia termina en su familia, pero la familia está hecha para la sociedad, no para sí misma.

Hay una tercera brecha que me interesa más que todas, es la brecha con nosotros mismos. Hemos dejado de estar conscientes de nuestro ser, de nuestra originalidad, y quizás, la inmensidad de estímulos, nos hizo olvidar que la relación con uno mismo es lo más profundo que tenemos. En ella podemos experimentar la grandeza de un Dios que nos ama. Y este es el sentido de la vida.

Por eso, en una pandemia dolorosa, de pérdida de encuentro y de sentido de la vida, las tres brechas van explicando un iceberg, que nos dice que el modo de educar, el tipo de familia que construimos, incluso la política y la sociedad, se basa en paradigmas de pensamiento, que a mi juicio, provienen de la ideología, el racionalismo, y el “emocionalismo”. Ante todo, desde una concepción del hombre que no tiene su fuente de inspiración en la realidad y que en filosofía se llama, la ruptura con la metafísica.

Es la realidad la que nos construye. Cuando le damos la espalda, o pensamos que todo es relativo o da lo mismo, se empieza a vivir de paradigmas, de eslóganes, más que de un análisis profundo de la realidad. A mi juicio, estas crisis surgen porque el ser humano ha olvidado de que hay una persona, trascendente, espiritual, auto consciente, vinculante, que debe ser la fuente de toda cultura, de toda organización, y de toda sociedad.

La naturaleza humana es nuestro GPS

¿Qué hace el Covid en este caso? Es la lente que nos obliga a mirarnos y auscultar el corazón. La quietud exterior da movimiento a la pregunta, a la inquietud. El covid permite esto, con todos los problemas que genera. Y hoy más que preguntarnos dónde está Dios, el desafío es hablar con Él. ¿Estoy consciente de que llegó la hora de que la teología de esta cuarentena es hablar con Dios y no de Dios? Dios escondido en nuestro cuarto.

Tendremos que cambiar, tener otra porosidad, y una capacidad de hacer elecciones que a mi juicio son fundamentales: la primera, es abrirnos a nuestra condición, entender que el GPS es la persona y que lo más propio e inigualable del ser humano es la capacidad de verse a sí mismo, porque somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Como dijo San Agustín: “tanto te busqué y no me di cuenta que estabas en mí”. Tomar consciencia de la riqueza interior, de ese profundo misterio que hay en cada uno. Quizás esta pandemia nos ayude. No es una cuestión de la voluntad, es una gracia.

Una segunda elección. La conciencia de que nuestra naturaleza es la de un ser constitutivamente relacional y colaborativo. Son momentos de tomar consciencia de lo profundo de esta honda conexión entre unos y otros. Cuando tomamos la decisión de vivir de cara a nuestra condición antropológica y de vivir desde la condición interna de vínculos, esto sin duda, se llama amor. Sólo con el amor la persona puede expresar la grandeza de su condición humana que es natural, pero hay que conquistarla y trabajarla.

Entonces la pandemia, a mi manera de ver, nos presenta una posibilidad extraordinaria, donde podemos conectar con los otros, haciendo preguntas radicales sobre los vínculos humanos: son complejos y hay que revisarlos siempre. Y son las oportunidades que ofrece las crisis, donde algo nuevo, a veces, aparece.

Desde esta perspectiva los invito a un viaje, basado en la apertura de las relaciones. Con confianza, riesgo, innovación y progreso. Es una crisis que lleva a pensar si vamos a vivir como una persona humana, o de acuerdo a los eslóganes e ideologías imperantes. Y en esta mirada, tenemos que partir de la confianza. La confianza es la especialidad de los creyentes, con fe en la providencia, experimentamos que todo puede pasar. Cristo es confianza. Y sabemos que podemos seguir pidiendo perdón.

¿Qué es humanidad de punta?

Es un concepto que venimos trabajando hace tiempo. Y quiere decir que, así como el mundo y las organizaciones, y los colegios necesitan tecnologías que nos permitan estar unidos, hoy en este nuevo escenario, se va a necesitar humanidad de punta.

Es la capacidad que tiene una persona de desarrollar primero, y de saber que no vino al mundo por casualidad, pero, ¿dónde se aprende que mi vida tiene un sentido? en la familia y en el colegio. Nadie es igual a mí. Y hay algo que yo puedo aportar, que nadie más puede aportar. ¿Ustedes creen que los adolescentes están en claro con esto? Es el momento de hablar. Es lo primero que se debe experimentar en la vida familiar. Porque mi vida no da lo mismo, tiene una narración, un sentido.

Estos momentos duros, son muy interesantes para entrar en la profundidad de la vida. Como dije ante, son tiempos que llevan a hacer preguntas. Porque no se van a necesitar profesionales con más postgrados, sino personas conscientes de sus habilidades, con capacidad de participar en la vida del otro, y de ponerse en su lugar, que es más que la empatía. Poder tener compasión, acompañar.

Los niños de Chile y del mundo, van a aprender menos mientras dura la crisis sanitaria, pero no por eso están exentos de que aprendan hábitos de las relaciones más profundas que ellos tienen, y que entiendan lo que es una comunidad.

Esta pandemia nos está obligando a ver lo que no veíamos: ayudar a crecer en interioridad. Porque esta riqueza que cada ser tiene, es inconmensurablemente superior a todos los estímulos externos. Se necesita aprender a jugar, a reírnos, hacer una comida. Vivir la vida y no como padecer.

Aunque estamos cansados, la vida sin complejidad no es vida humana en plenitud. La oferta de felicidad que nos estaban dando es falsa. Estoy convencida de que podemos vivir también desde el silencio, y poder entrar con lo más profundo que hay en nosotros, que es Dios.

Carolina Dell’ Oro: Docente de las universidades católicas, y De los Andes de Santiago de Chile, donde dicta cursos de post grado, sobre antropología, familia y sociedad.

(Fuente: Consudec)