Rosario (Santa Fe), 22 Feb. 10 (AICA). El arzobispo de Rosario, monseñor José Luis Mollaghan, llamó a los docentes católicos a “promover la vida en familia, cada vez más enfrentada con legislaciones y con modelos ideológicos que relativizan el valor de la persona y del matrimonio”, y les recordó que el otro desafío es hacer que la escuela católica defienda la vida”.
El prelado hizo estas observaciones al referirse a “La educación católica y los desafíos de los signos de los tiempos”, en el acto inaugural del Curso Arquidiocesano de Educación Católica.
La actividad contó con la presencia del intendente de Rosario, el director general de Enseñanza Privada, autoridades de la educación provincial y municipal, decanos de las Facultades de la Universidad Católica Argentina, y el presidente de la Junta Arquidiocesana de Educación Católica, ingeniero Walter Van Mee Groote.
También asistieron el arzobispo emérito de Rosario, monseñor Eduardo Mirás, junto con sacerdotes asesores y autoridades de la Junta, así como también representantes legales, directivos y docentes, y el presidente del Consejo Superior de Educación Católica (CONSUDEC), presbítero Alberto Bustamante, quien se refirió en sus exposiciones a «Los nuevos escenarios de la educación y nuestra respuesta desde nuestro rol de educadores».
Monseñor Mollaghan advirtió que «la fragmentación presente en nuestra cultura, marcada por el individualismo y la crisis de valores, llega también a erosionar a las familias, enfrentadas además por legislaciones que alientan su disolución; por modelos ideológicos que relativizan los conceptos de persona, del matrimonio, y la familia; por la situación socioeconómica, por la falta de comunicación, superficialidad e intolerancia, e incluso por la agresión y violencia en el trato entre las personas».
“Con sus luces y sus sombras, la Iglesia ha sido siempre defensora de la familia fundada en el matrimonio. Inclusive exhorta a tener un empeño pastoral, generoso, inteligente y prudente hacia aquellas familias que pasan situaciones difíciles, a menudo e independientemente de la propia voluntad, o apremiados por otras exigencias de distinta naturaleza; hacia las cuales se debe manifestar comprensión, respeto, y consideración”, subrayó, citando la encíclica “Familiaris consortio”.
Precisó, sin embargo, que “muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para contar son sus derechos fundamentales. Pero en el debate actual, la familia no puede estar en discusión”.
El prelado rosarino insistió en que “por esto, la familia, que es una comunidad de personas, la célula social más pequeña, y como tal una institución fundamental para la vida de toda la sociedad, nos debe impulsar a tenerla muy en cuenta en la vida de la escuela, en su misión y su rol con los hijos, – es decir los alumnos-, y también en relación a la vida social y eclesial”.
“En esta sociedad donde existen fracturas y sombras, como las que mencionamos, las familias aparecen como un núcleo de vida, esperanza y amor”, indicó.
En tanto, sobre la relación de la escuela con la familia expresó: “Es importante partir de Dios y de su anuncio salvador: es decir transmitir que en Él encontramos el llamado a una vida nueva en Cristo; y que debemos valorarlo como el fundamento de nuestra fe y el que garantiza la dignidad de ser personas y también nuestra vida de comunión fraterna. En este sentido, el amor no lo encontramos como una realidad abstracta, sino en el amor concreto de cada persona y como don de Dios. Por ello podemos decir que por amor es la familia la que alimenta, la que ofrece afecto, la que protege y da ternura, la que escucha, la que brinda su tiempo, la que acompaña, la que quiere el bien y el progreso de sus miembros, la que tienen a Cristo como el centro de su vida y de su felicidad. También la familia, de este modo, aprende de Él a darse y abrirse a los demás”.
“De este modo, la familia está llamada a expresar y hacer vivo el amor de Dios en los gestos de todos los días; que se expresa en todas sus dimensiones y desafíos; como comunidad de personas, con una identidad propia y con la naturaleza de ser también un sujeto social”, dijo el arzobispo.
Monseñor Mollaghan sostuvo además que “junto a este desafío de trabajar desde Cristo con la familia; aparece otro desafío que el niño percibe, es la valoración de la propia vida. Imaginemos la conciencia que el niño tiene de la vida, cuando descubre lo cerca suyo que está la muerte; y la muerte caprichosa ya sea por el menosprecio de la vida en el seno materno y en la niñez, por accidentes y por la inseguridad”.
“La escuela católica defiende la vida, pero en este sentido necesita ayuda, para que podamos hablar a un niño confiado, a un niño que crece en la seguridad consigo mismo; y que tanto la escuela como la familia necesitan”, agregó.
Por último, monseñor Mollaghan felicitó a los maestros, religiosas y religiosos y sacerdotes que trabajan en la arquidiócesis en las comunidades educativas, sobre todo “sobrellevando necesidades en los barrios más pobres y carenciados, y también reconocer a tantas familias; a quienes se les agravan las dificultades y cada día experimentan tantas pruebas para llevar adelante la educación de sus hijos, pero que sin embargo perseveran en su ideal y confían en la providencia de Dios”.+

