Se necesita educadores de puertas abiertas

Necesitamos educadores con rostros de puertas abiertas

“Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 43)

Sin lugar a dudas que una de las experiencias humanas más dolorosas, que más huellas dejan en el alma, es la experiencia de la “intemperie”, la de saberse solo sin nada ni nadie que lo cobije, la experiencia de “no pertenecer” y por consecuencia de “no ser” ya que si no se pertenece no se puede ser, “el que permanece (el que me pertenece) en mí, ese da fruto”, nos dice el Señor.

La complejidad de los procesos sociales, políticos y culturales en nuestra patria ha generado el fenómeno de “la destitución de las instituciones”(Estado, escuela, familia), es decir, la pérdida absoluta del valor simbólico de las instituciones en el corazón de las personas. Valor simbólico que significaba el saberse protegido, cuidado, atendido, recibido, escuchado, respetado. Basta ver cómo muchas veces, se es mal atendido , cuando no agredidos, en oficinas y espacios públicos para confirmar esta realidad: colas interminables para cobrar, colas interminables para pagar, colas interminables para ser atendido en una guardia de hospital, circuitos burocráticos artantes para cualquier trámite, un cajero que desaparece misteriosamente para tomar su cafecito y demora como una hora mientras todos estoicamente esperan la aparición del señor que con mala cara seguirá creyendo que hace el favor de atendernos, paros y cortes sorpresivos dejando a millones de ciudadanos varados sin poder llegar a su trabajo o al urgente , necesario e impostergable turno del oncólogo, la inseguridad, etc. En fin, el catálogo interminable de los malos tratos de quienes tienen que servir y cuidar nos afecta a todos pero de manera especial a los más débiles, a aquellos que no tiene “el amigo que les agilice el trámite”, y a cientos de miles de muchachos y chicas que van a su casa y no hay nadie, van a la escuela y no está el profesor, entonces se miran y se dicen “solo las calles son nuestras”(Callejeros) o se preguntan “ a quién llamar, a quién golpearle la puerta tan tarde, con quién hablar cuando no hay nadie si esta noche no puedo dormir”(La Renga).

“Probablemente no hay palabra alguna que resuma mejor el sufrimiento de nuestro tiempo que el concepto ‘sin hogar’. Revela una de nuestras condiciones más penosas y profundas, la de no tener sentido de pertenencia, un sitio donde sentirse seguros, cuidados, protegidos y amados.”(Henri Nouwen)

Llama poderosamente la atención que en los planteos de reforma educativa aparezcan muchas consideraciones (cambio de modelo institucional, cambios curriculares, proyectos para achicar la brecha digital, etc.) y este grito existencial no sea considerado explícitamente pensando en propuestas que generen “escuelas casa”, “escuelas hospedaje”, gestoras de conocimientos y de comunidad.

Es en este contexto que nos preguntamos qué educador necesitan hoy nuestros alumnos, muchos de ellos venidos de profundas intemperies.

Propongo, entre muchos, tres perfiles que me parecen insoslayables:

Un educador que “sepa a Pedro”: hay un axioma jesuita que dice: “Para enseñar latín a Pedro, hay que saber latín, pero también hay que saber Pedro”. Por eso la gran pregunta que debe hacerse un docente es ¿me preparé solo para ser profesor de matemática o para ser profesor de alumnos? ¡Pobre “Pedro” si se encuentra con un docente que no soñó con él o , peor, si no se soñó para él! Será el típico docente que va con cara de irse antes de llegar.

Un educador con rostro de puertas abiertas. El Cardenal Bergoglio en una carta a sus sacerdotes les decía: La apertura es signo de fidelidad, y no solo se manifiesta en las palabras, sino sobre todo en los gestos. Hay rostros de puertas abiertas, hay ojos de puertas abiertas, hay sonrisas de puertas abiertas; así como también se encuentran rostros clausurados, sonrisas tapiadas, miradas llenas de cerrojos.

Está claro podremos tener aulas inteligentes llenas de netbook ,pero sin rostros abiertos no servirán para nada.

Un educador que olvidando sus propias heridas esté dispuesto a servir para curar las heridas del otro. Hace mucho mal la auto referencialidad permanente y necesitamos a maestros que conocedores en su propio pellejo de las heridas de la soledad o del cansancio del camino ni las esconde ni hace de ellas un “exhibicionismo espiritual” victimizándose, sino que las une a la de sus alumnos y las hace gesto.

Pbro. Lic. Alberto Agustín Bustamante
presidente de Consudec

Editorial del Periódico de CONSUDEC (Consejo Superior de Educación Católica) por el Pbro. Lic. Alberto A. Bustamante (Agosto 2010)